Toda
enfermedad es causada por un trauma emocional que nos toma desprevenidos, un
trauma que vivimos en soledad y que no sabemos cómo resolver. La intensidad del
trauma, la «connotación» de la emoción sentida cuando se ha producido,
determinan el área del cerebro afectada, el órgano físico correspondiente y la
gravedad de la enfermedad.
Con
el fin de preservar la especie, el hombre ha desarrollado con el paso del tiempo
programas biológicos de supervivencia que están grabados en su cerebro, en sus
células.
Tomemos,
por ejemplo, a un campesino que está trabajando en la vendimia al sol: su piel
se enrojece, pero una vez vuelto a casa, durante la noche, su cerebro da la
orden de poner en circulación la melanina: comienza así el bronceado para
proteger la piel que no correrá ya el peligro de quemarse por los rayos
solares: se trata de un proceso
biológico, programado, automático.
Cada
vez que un individuo, en el curso de su existencia, se ve afectado por un
trauma emocional que tiene las siguientes características:
-
Es vivido de manera dramática.
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Nos toma desprevenidos, cuando menos uno se lo espera.
-
La emoción se impone a la razón.
-
Es vivido en soledad, rumiando continuamente el problema (aunque todos saben lo
que nos ha sucedido, nadie sabe lo que hemos sentido).
-
No se encuentra una solución satisfactoria.
Entonces,
entra en acción el cerebro poniendo en marcha un programa biológico especial para
la supervivencia del individuo.
La
intensidad del trauma emocional no tardará en determinar la gravedad de la
enfermedad, mientras que el tipo de emoción sentida al comprobarse el trauma
determinará la localización de la patología en el cuerpo.
Sin
conflicto no hay enfermedad: darse cuenta de ello es el primer paso hacia la
curación.
Esta
es la primera Ley Biológica de cinco leyes descubiertas por el médico e
investigador alemán Dr. Ryke Geerd Hamer.