Como dijimos en otras publicaciones la enfermedad
es la respuesta apropiada del cerebro a un trauma emocional, y forma parte de
un programa de supervivencia de la especie.
Una vez resuelto el trauma, el cerebro invierte el
orden y el individuo pasa a la fase de reparación.
Veamos un ejemplo; el señor Mario X, de cincuenta
años, ha dedicado toda su vida laboral a una pequeña empresa de muebles de oficina.
Una mañana, al llegar al trabajo, el propietario le llama y le anuncia sin
demasiados preámbulos su despido. El señor Mario X se queda sin respiración,
incapaz de la menor reacción, sin poder explicarse la razón del mismo. Luego
descubrirá que su puesto ha sido ocupado por el hijo del amo. Es una mala
pasada que nunca se hubiera esperado y lo expresa diciendo: «¡No puedo
digerir que me despidan así!»
Inmediatamente la mente informa al cerebro que
transmite la orden a las células del estómago que dan comienzo a una
proliferación celular, un tumor, para digerir el bocado indigesto que ha estado
a punto de causar la muerte del señor Mario.
Estamos programados para sobrevivir y preservar la
especie. El cerebro no establece diferencia entre lo real (la pata de conejo
que se ha quedado en el estómago del lobo) y el imaginario (el despido de
Mario, vivido como un bocado que se le ha atragantado). La enfermedad es, pues,
la solución perfecta del cerebro en términos biológicos de supervivencia.
Mario puede resolver el problema eliminando el
trauma emocional, o, de forma más «práctica», buscándose sencillamente otro
trabajo.
Si Mario no está en condiciones de eliminar el
trauma ni de encontrar otro trabajo, el cerebro entrará en acción sobre el
único campo que tiene a su disposición, es decir, el estómago, antes de que
Mario consuma todas sus energías en el intento de... «digerir» el amargo
bocado. Intervendrá con el único medio que puede resolver a toda prisa el
problema: ¡un tumor! ¡El tumor en el estómago será entonces, paradójicamente,
la solución biológica para salvar la vida del señor Mario B.!
Pero Mario habría podido vivir el trauma emocional
de su despido de modo distinto (cada uno de nosotros tiene su historia, su
educación, su pasado):
* «Estoy rabioso por la injusticia que he
sufrido», patología de las vías biliares;
* «Esto no me lo trago», patología del
esófago;
* «Es una mala pasada, no puedo dejarla pasar»,
patología del intestino delgado;
* «Me ha hecho una guarrada», patología del
colon;
* «Tengo miedo de no tener ya mi propio
espacio», patología de los bronquios;
* «Se me viene todo encima», patología
renal.
* «No valgo ya para nada», patología ósea.
Cada vez que un individuo, en el curso de su
existencia, se ve afectado por un trauma emocional que tiene las siguientes
características:
- Es vivido de manera dramática,
- Nos toma desprevenidos, cuando menos se espera;
- La emoción se impone a la razón;
- Es vivido en soledad, rumiando continuamente el
problema (aunque todos saben lo que nos ha sucedido, nadie sabe lo que hemos
sentido);
- No se encuentra una solución satisfactoria.
Entonces, y sólo entonces, entra en acción el
cerebro poniendo en marcha un programa biológico especial para la supervivencia
del individuo.
La intensidad del trauma emocional no tardará en
determinar la gravedad de la enfermedad, mientras que el tipo de emoción sentida al comprobarse el trauma determinará la
localización de la patología en el cuerpo.
Sin conflicto no hay enfermedad: darse cuenta de
ello es el primer paso hacia la curación.
Descubrir el sentido de las enfermedades es lo más
apasionante y fructífero que pueda imaginarse...
De Giorgio
Mambretti y Jean Séraphin
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