El momento presente,
ese único instante en el que todas las cosas suceden, encierra un verdadero
tesoro de plenitud, alegría y paz que tal vez sólo hemos experimentado en
algunas circunstancias excepcionales.
El
constante flujo de nuestros pensamientos, ese incesante diálogo interno que
ocupa siempre nuestra atención, nos separa de la única (y maravillosa!)
experiencia real: vivir
plenamente el momento presente.
Experimentar
conscientemente
cada sensación de nuestro cuerpo, de nuestros
sentidos, interrumpe (aunque sea brevemente) ese diálogo
interno que es la desgastante actividad del ego.
Cualquier acción puede
realizarse con la atención puesta en el cuerpo, en los movimientos que
realizamos, en la respiración y en la gran cantidad de información que
recibimos a través de los sentidos y que, normalmente, pasamos por alto por
considerarla intrascendente, irrelevante…
Al caminar, por ejemplo,
podemos concentrarnos en nuestros movimientos, realizándolos de manera “deliberada”,
tal vez con cierta lentitud, de forma tal que no haya nada que sea
“automático”, atentos a nuestra respiración y a cada sensación o impresión de
nuestros sentidos. La vista, por ejemplo, nos entrega muchísima información.
Este instante, el momento
presente, es el único que tiene existencia real. El pasado y el futuro son
conceptos abstractos que no pueden experimentarse.
A todos los efectos
prácticos hay un solo lugar importante en todo el Universo y un único momento
de interés en toda la Eternidad: Aquí
y Ahora..
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